domingo, 2 de febrero de 2020

Mañana gris y templada que dejó ver el sol por la tarde -16 grados-.

Desde tiempos inmemoriales y hasta los años 70 y 80, "la matanza" era pieza básica del sostenimiento de las familias en los pueblos, aportando las proteínas y grasas necesarias para afrontar las largas y duras jornadas en el campo; ese poco tocino o ese escaso chorizo, proporcionaba la suficiente energía a los garbanzos o alubias que habían pasado toda la mañana al puchero en la cocinilla de leña. 

Tan importante era esta actividad, que los animales se cuidaban con el mayor y mejor de los esmeros, llegando incluso los propietarios a dormir con las cerdas preñadas, cuando se avecinaba el parto, retirando los recién nacidos y evitando que pudieran ser aplastados. Cualquier baja a destiempo suponía una ruina familiar.

A pesar de la temperatura que hemos disfrutado hoy -tan poco común para la época del año en la que nos encontramos-, en una de las casas del pueblo se celebraba "la matanza", que además de proporcionar una serie de productos de altísima calidad e imposibles de encontrar en los manufacturados de supermercados, sirve como excusa para reunir a las familia, ya que son muchas y laboriosas las tareas, sangrar, quemar, desventrar, estazar, picar la carne, adobar huesos, tocinos y costillas, coser tripas, embuchar morcillas, chorizos y salchichones y otro sinfín de tareas en las que colaboran mayores y pequeños de cualquier de edad.

Una forma de mantener la conexión con la tierra, la familia, las tradiciones y el pueblo, que curiosamente ha coincidido en estas fechas con el fin de semana de "la repoblación" de nuestra "España Vaciada". 




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