Amaneció con la luna en todo lo alto y la helada blanqueando las berzas de la huerta de Severino. Después sol y fresquillo burgalés el resto del día.
Los robles van perdiendo sus hojas y dejan al descubierto las gallaritas, gallaras o gallarones, esas bolas de color verde, rojo y marrón, que se forman en sus ramas. Como curiosidad esta palabra no se encuentra en el diccionario de la RAE, y parece que su origen es de la provincia de Burgos.
Estas bolas o agallas, son la reacción de los robles a la puesta de huevos de determinadas especies de avispas del género cínico Cynipidae.
El roble al percibir la presencia de estos huevos, los recubre con un tejido similar al corcho para salvaguardar a la planta. Las larvas, una vez eclosionadas de la cobertura de la pupa que las recubre, se alimentan del tejido de la agalla, sin que ni la planta ni el insecto se vean afectados.
Una vez que la larva se convierte en adulto, escarba el interior de la agalla, saliendo al exterior y dejando uno de los característicos agujeritos que tienen las gallaritas secas en su superficie, dedicándose a labores de reproducción, para producir una nueva generación.
Como no es tiempo de estas “avispillas”, no podemos mostrar una foto de las mismas, pero sí de las gallaritas, de su interior y de la larva, que resulta muy interesante.
Desde Twitter, Juan de Argaño nos comenta que las gallaritas o agallas, fueron un elemento esencial en la fabricación de las tintas ferrogálicas -las más utilizadas desde la Edad Media-, hasta que se descubrió que este tipo de tinta destruía el papel.
Si hay algún entomólogo entre los lectores quizás podría contribuir con el nombre de la especie de avispilla, si se puede reconocer por el huevo o la larva.
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