Día templado, va llegando la primavera.
En carnavales, ADECO CAMINO nos invitaba a participar con una fotografía, redacción, descripción, dibujo, anécdota o relato sobre MUJERES REFERENTES y ésta es nuestra colaboración, que compartimos con vosotros:
MUJERES REFERENTES.
Decía Rocío Jurado: "para triunfar en esta vida, no es necesaria envidia, lo que hace falta son reaños y ganas de trabajar, y vengan años y años".
Desde Diario de Garhanno hemos elegido como "mujeres referentes" a las abuelas Claudia y Eusebia como representantes de las mujeres rurales y urbanas, que nacidas en el primer cuarto del siglo XX -y como todas las de su época-, levantaron un país chusco y atrasado a fuerza de trabajo y sacrificio y que inexplicablemente, las nuevas generaciones parece nos empeñamos en olvidar y destruir.
Claudia García Sancho, nacida en el molino del Cubo de Villanueva de Argaño (Burgos) en 1924, era la séptima hija de doce hermanos de Benjamín y Leonides.
Pronto los problemas de Benjamín con la harina los hicieron mudarse al pueblo y allí permanecieron hasta 1963 dedicándose a la agricultura. En su niñez la tocó vivir el decenio más complejo de nuestra historia reciente: monarquía, república, guerra civil y la dictadura en la postguerra, en una economía de supervivencia, mucho trabajo, viviendo con lo justo y pocos lujos. Si malo era el invierno por el frío sin calor decente en el interior de las casas o lavando la ropa en el río, en el verano, el trabajo se multiplicaba y además de atender la casa, tocaba trabajar en el campo en jornadas interminables desde julio hasta octubre.
De su juventud poco conocemos y en plena postguerra se casó con el abuelo Joaquín (retornado de la guerra civil y del servicio militar obligatorio al finalizar ésta), en una boda de antaño, sin ni una milésima parte de los lujos que tienen las bodas actuales, vestida de negro para la ocasión y en la parroquia del pueblo. El banquete, consistente en una comida en casa con pocos invitados, en la que seguramente el pollo sería el protagonista, un poco de chocolate y unas galletas de postre y café solo o mezclado con achicoria y copilla de anís, algo que acompañó las sobremesas durante el resto de la vida.
Esta nueva vida de casada pocos cambios la aportaron: una casa vieja sin agua corriente ni saneamientos (como el resto de las del pueblo), pero siempre bien limpia y aseada a pesar del trasiego de los animales de tiro para el campo y las gallinas, pollos y cerdos que completaban la economía familiar.
La llegada de los cuatro hijos no supuso un parón en las actividades diarias, ni óbice para que dejara las tareas del campo: los niños quedaban a cargo de tía o la abuela y desde el mediodía a segar y desorillar “a hoz” todo lo que la máquina había dejado atrás, por estar en laderas o lugares de difícil acceso y luego, trillar y beldar cuando tocaba.
El atraso tecnológico y poco rendimiento de los cultivos la forzaron junto a la familia al completo, a marchar del pueblo rumbo a la Burgos a la búsqueda de mejores tiempos. Con un equipaje “ligero”, nada más llegar a la ciudad tocó compartir casa con los cuñados -que ya se encontraban allí asentados-, hasta la obtención de un piso de renta en “las mil viviendas” de Gamonal, concretamente en el número 1.
Sin duda el cambio fue a mejor, pero el sueldo de Joaquín en la construcción no daba para mucho, por lo que trabajó como comercial en una conocida tienda de electrodomésticos de la calle Madrid, vendiendo por las casas, televisores, estufas, cocinas, frigoríficos, lámparas y todo aquello que una casa pudiera necesitar. Al trabajo diario se sumaba el mantenimiento de la casa y los cuidados de los abuelos Leonides y Benjamín y a su fallecimiento, los de Lucila y Agapito “cuando tocaba”.
Así fueron pasando los años, sin ayudas ni subvenciones y ya en los 80, retornó en largos periodos al pueblo a una casa grande, con jardín y todo lo necesario para vivir bien, y de la que se encontraba muy orgullosa, viendo y compartiendo momentos con hijos y nietos, que pasaban allí fiestas y periodos vacacionales.
Posiblemente en el mejor momento de su vida, sin apreturas ni agobios, echando una mano a los hijos, con su pisito en Burgos y su casa en el pueblo, falleció Joaquín; pocos años después, un cáncer se la llevó con 72 años, dejándola un montón de tareas de cumplir y disfrutar.
La otra abuela referente era Eusebia Sendino Porres; nacida en Hontoria de Valdearados (Burgos) en 1909, hija Eusebio y Casilda, era la pequeña de cinco hermanos. La profesión de su padre -peón caminero-, la llevó a vivir en Gumiel de Hizán, Villafuertes, Arcos de la Llana y finalmente en Burgos.
De su niñez y juventud poco sabemos, hasta que en 1929 casó con el abuelo Gerardo, oriundo del barrio burgalés de San Pedro y San Felices, y lugar que a la postre fue su residencia el resto de la vida.
Afrontó valientemente la complicada década de los 30; había que sacar adelante a los cuatro hijos ya nacidos (y otros 3 que vinieron después) y el sueldo de Gerardo como Vigilante de Arbitrios no daba para todo.
Trabajó como cocinera en casa del Sr. Federico Martínez Varea, cobrando 50 pesetas al mes o el equivalente en retales, compaginándolo con la confección de pañuelos, trajes, capotes y calzoncillos para los soldados, en un local de la calle Trinas de Burgos con las tías Pura y Patro. También ayudaba en el cocina de los soldados nacionales en la iglesia de San Pedro y San Felices y los fines de semana, en el Monasterio de San Pedro de Cardeña, cocinando también para los presos del ejército republicano. Por si fuera poco, hacía de comadrona de los niños que iban naciendo en el barrio, siendo incontables el número de ellos que pasaron por sus manos.
El final de guerra trajo más disgustos a la familia, ya que el abuelo fue despedido de su puesto por haber participado como interventor por el Frente Popular en las elecciones de 1936, al haber sustituido a Quiliano -su padre-, que se encontraba enfermo. Este difícil periodo se mantuvo hasta entrados los años 60 en el que las cosas fueron “mejorando”, con la recuperación del empleo del abuelo y la gran experiencia de vivir con lo justo.
En enero de 1974 falleció Gerardo y durante los 30 años siguientes hasta su fallecimiento en 2004, siguió siendo referente familiar y de su barrio de toda la vida, viendo cómo iban naciendo nietos y bisnietos, asistiendo en lugar preferente a todos los eventos familiares y manteniendo el genio y el carácter (y en su pisillo de Diego Polo, el café, las galletas y la copilla para todo aquel que fuera a visitarla).
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