Tal día como hoy de 1932, el abuelo Agapito dejó constancia de la celebración de la Fiesta del Árbol en Villanueva:
Hoy se celebró la Fiesta del Árbol*. A los niños de la Escuela se los obsequió con clarete y pastas. A los oradores y Ayuntamiento con un refresco.
Fue instaurada en nuestro país de forma oficial a través de un Real Decreto fechado un 11 de marzo de 1904.
En su primer articulado además de los fines educadores, también se perseguía "...la siembra o plantación de árboles en un trozo de monte público o en un lugar adecuado de sus cercanías, la formación de alamedas o plantaciones lineales a lo largo de los caminos y los cursos de agua...".
Las autoridades, corporaciones o particulares que desearan organizarla deberían organizarse en Juntas Jocales, en las que debían participar también ingenieros de montes de los distritos forestales, el alcalde, el médico y hasta "...el cura párroco, el Maestro de escuela de mayor categoría y el primer contribuyente".
Los responsables de los distritos forestales debían facilitar esa organización aconsejando a las Juntas Locales la ubicación más adecuada y las especies a plantar más aparentes.
A su vez, estos mismos hombres debían de intentar garantizar la disponibilidad de plantas suficientes con la puesta en marcha de nuevos viveros o la potenciación de los ya existentes.
Como forma de espolear la actividad de esas juntas vecinales, aquella disposición contempló que por cada 500 pies de especies arbóreas plantadas en el marco de esta fiesta que salieran adelante, los precursores de la fiesta serían premiados.
Si las plantas empleadas hubieran sido obtenidas gratuitamente, la gratificación sería de 50 Pts para la Junta y si plantas o semillas empleadas hubieran sido pagas con recursos propios el premio ascendería a las 75 Pts.
Con ese dinero se debían cubrir los gastos originados en la organización así como para premiar "...a los niños que más se hubieran distinguido por su amor al arbolado".
Pero aquél capítulo de premios también contempló la posibilidad de distinguir tanto a los Alcaldes, Curas, Maestros, Asociaciones de Amigos de la Fiesta del Árbol y particulares, que más se distinguieran en la organización de esta fiesta.
El transcurso del tiempo se encargó de demostrar a los gobernantes del momento, cuál fue la cruda realidad al respecto.
La acogida no fue la esperada, pues debieron ser minoría los pueblos en los que se organizaba y celebraba esta fiesta.
Además, en los pocos lugares donde se organizaba, tampoco se conseguían cubrir los propósitos como consecuencia, principalmente, de la falta de recursos por lo que para intentar menguar en la medida de lo posible aquella situación, se llegó a promulgar en diciembre de 1912, una Real Orden donde se reguló la concesión de subvenciones para este fin.
Nuevamente se constató el escaso interés que esta fiesta despertaba en la mayoría de la sociedad española. Esto sucedía, aún a pesar de que tanto políticos como pensadores del momento realizaron importantes esfuerzos en la necesidad y divulgación de los propósitos antes descrito.
A la vista de que la situación sobre este particular no avanzaba, y a propuesta del Ministro de la Gobernación del momento, José Sánchez Guerra, el Rey Alfonso XII firmó un 5 de enero de 1915 un nuevo Decreto sobre el asunto.
En su primer artículo dispuso como obligatoria, la celebración de esta fiesta en cada término municipal.
La fecha debería ser fijada por el propio ayuntamiento quien a su vez debía decidir también qué funcionarios, asociaciones o entidades deberían ser invitadas a dicha fiesta.
Esta norma también obligaba a todas las corporaciones a contemplar en sus presupuestos anuales una cantidad determinada para cubrir los gastos que su organización acarreara.
Los secretarios de cada ayuntamiento estaban también obligados a enviar al gobernador una completa memoria por duplicado recogiendo todo cuanto fuera menester con motivo de esta fiesta. Los gobernadores a su vez debían de remitir todas la memorias recibidas a la Dirección General de Agricultura.
A finales de abril de 1924 otra Real Orden fijó una nueva obligación para los ayuntamientos españoles:
"Su Majestad el Rey (q.d.g.) se ha servido disponer que por los Ministerios de la Gobernación y Fomento se dicten las oportunas instrucciones para que todos los Ayuntamientos de España procedan, sin excepción, a la plantación mínima anual de 100 árboles... siendo al propio tiempo la voluntad de S. M. se excite el celo de los delegados gubernativos para que presten la atención que por su interés e importancia requiere el cumplimiento de este servicio".
También se tiene constancia de la redacción de una serie de advertencias que debían de tenerse en cuenta a la hora de organizar y celebrar la Fiesta del Árbol.
Llama la atención el contenido de alguna de ellas como por ejemplo la segunda que recoge lo siguiente: "El lugar de la plantación estará adornado, en el día de la Fiesta, con gallardetes, follaje, banderas, etc., para dar mayor animación y colorido al cuadro e impresionar la imaginación de los niños".
O la quinta: "Habrá pocos discursos y estos serán breves, pudiéndose substituir por hojas impresas con máximas forestales".
Estas recomendaciones también señalaban que al finalizar el acto todos los niños debían cantar a viva voz el himno oficial de la fiesta. Y hasta el Himno del Árbol cuya letra fue escrita por Manuel Banzo y la música por Daniel Montorio:
Cavemos hondo todos a una,
los hoyos cuna tienen que ser...
Cavemos hondo la raíz en la tierra,
sólo se encierra por renacer...
Árbol hermano finca tu planta,
la tierra es santa madre del amor...
y abre a los cielos tu verde manto,
rece en ti el canto del ruiseñor...
Somos los dos chicos,
primavera empieza...
voy en tu corteza mi vida a escribir.
Y cuando a la muerte,
tembloroso aguarde,
me vendré a morir...
junto a ti una tarde